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Claudia Sheinbaum, el poder tranquilo

México

La nueva presidenta de México, una científica ecologista y política de izquierda, toma decisiones a partir de los datos, escucha a sus colaboradores y no se precipita; es franca en sus opiniones y firme en el sí o en el no, según una decena de colaboradores entrevistados por EL PAÍS

Los primeros mensajes de Claudia Sheinbaum a sus colaboradores llegan alrededor de las cinco de la mañana, y el último puede ser al filo de la medianoche. No es siempre así ni es así con todos. Depende de la situación. Pepe Merino, uno de los más allegados a la presidenta electa, recuerda que, a finales de 2020, en la segunda ola de la pandemia de covid-19, con los contagios y las muertes acumulándose (aún no había vacuna), Sheinbaum, entonces jefa de Gobierno de la capital, le envió un escueto mensaje de WhatsApp que decía, simplemente: “C5″. Eran pasadas las once y media de la noche y él ya estaba en cama. Merino, que era el titular de la Agencia Digital de Innovación Pública, entendía que su jefa lo estaba citando en el centro de vigilancia de la capital, que gestiona todo tipo de emergencias y que para entonces se había convertido en el punto estratégico de atención a los reportes de contagio, a través del 911. Cuando Merino logró llegar, ya estaba allí Sheinbaum, contestando llamadas, asignando ambulancias y buscando sitio para los enfermos en algún hospital. Era el mismo trabajo que estaban haciendo otras decenas de trabajadores. La jefa era una más entre todos ellos.

Sheinbaum tomaba cada llamada sin presentarse como la mandataria, detalla Merino. Era una operadora anónima. Saludaba y hacía las preguntas de rigor: síntomas, saturación de oxígeno, domicilio. Estuvo haciendo ese trabajo hasta las cuatro de la mañana. Nadie tomó una foto de ese momento. “No lo hizo para que la vieran. Era una coyuntura tan compleja en que la vida de una persona puede estar en tus manos. Ella siente que tiene que meter las manos y las mete en serio. Fue muy motivante verla hacer lo mismo que todos los demás. Tiene un compromiso y una claridad moral y ética que no te deja espacio para dudas o ambivalencias”, afirma Merino.

Dicen quienes la conocen que la presidenta, a la que llaman con veneración la Doctora, por su grado académico, es una trabajadora incansable; en la toma de decisiones, hace acopio de los datos que le dan sus colaboradores, escucha con atención, y solo hasta después resuelve, sin precipitarse; se puede debatir con ella, y ella puede cambiar de postura, pero, cuando toma una determinación, lo hace con firmeza; perfeccionista como es, delega tareas en sus colaboradores, pero da seguimiento a su trabajo y lo supervisa hasta el final; es reflexiva, se toma el tiempo para responder; puntualiza pero debate con respeto, no somete a las personas a su alrededor; como adversaria, es generosa y no guarda rencor; cuando traspasa la barrera de lo estrictamente profesional en su círculo de trabajo, muestra calidez, preocupación por los otros y se entrega a los abrazos y el humor, según una decena de voces recogidas por EL PAÍS entre amigos personales, colaboradores, sus biógrafos y un político con el que durante varios años tuvo una tensa relación.

Sheinbaum, de 62 años, científica ecologista y una de las fundadoras de Morena, el partido de Andrés Manuel López Obrador, será la primera mujer en gobernar México. Sus colaboradoras describen cómo ejerce desde ya la carga histórica de abrir a las mujeres mexicanas las puertas de la presidencia, una hazaña en los dos siglos del país como república independiente. “Ella, chiquita, flaquita como la ves, nada más de pura presencia, con el lenguaje corporal, causa muchísima autoridad, porque es muy seria, muy reflexiva”, cuenta la académica Renata Turrent, la próxima directora del Canal Once. “He visto discusiones donde hay personas con opiniones distintas, pero nunca me ha tocado ver que alguien dispute su autoridad. Siempre hay muchísimo respeto a su investidura por parte de todos sus colaboradores, y eso se construye, esa legitimidad no es gratuita, ella se la ha ganado”, añade. Turrent remata apuntando una dualidad que pareciera contradictoria: “Tiene cierta parte maternal, como de cuidado, pero al mismo tiempo deja clarísimo que las decisiones las toma ella, sin necesidad de decirlo. Navega esas dos cosas de manera muy grácil, como bailarina”.

Otros afirman que en su personalidad domina más el espíritu analítico de la científica que es Sheinbaum. “Es una mujer perfeccionista. Yo le he organizado varios eventos. Todo el mundo me felicita, pero ella me habla para decirme cuáles son los errores del evento: ‘Oye, faltó esto, no organizaste esto, este detalle se te fue’. Te habla inmediatamente y te lo dice. Tú no los viste, ella sí los vio. Tiene una capacidad para escanear. Tú obsérvala en un evento público. Ella escanea todo. Y al final te lo dice, para que el siguiente evento salga mejor”, cuenta el sociólogo Arturo Chávez, amigo de Sheinbaum de la época universitaria y uno de sus asesores.

La campaña de la oposición trató de convertir ese rasgo de su carácter en un defecto. Xóchitl Gálvez, que fue candidata de la insólita alianza entre la izquierda y la derecha (PAN, PRI y PRD), la acusó de ser fría y no tener sentimientos. “Dama de hielo”, la llamó Gálvez durante un debate. Muchos dieron crédito al apodo, debido a que Sheinbaum es de apariencia seria y circunspecta, y en eventos públicos no es de risa fácil. Sus allegados refutan esas críticas. “Es perfectamente compatible ser una persona implacable, en términos de claridad de lo que se tiene que hacer, y, al mismo tiempo, ser una persona muy cálida”, sintetiza Merino.

Otra piedra colocada sobre las espaldas de Sheinbaum está relacionada con la poderosa figura de López Obrador. Sus críticos han promovido la idea de que ella no será más que una correa de transmisión de los anhelos del expresidente, indiscutible líder del mayor movimiento de izquierda en México. Todos los entrevistados consideran que se trata de una valoración injusta, y hablan de los rasgos que la distinguen del dirigente. Uno de sus biógrafos, el periodista Jorge Zepeda, recuerda una anécdota con la presidenta mientras escribía un libro sobre su vida. “En algún momento le pregunté: si tuvieras que resumirlo, ¿cuál sería la singularidad de tu sexenio? Ella me dijo: ‘Yo soy alguien que toma decisiones a partir de datos”, reseña. En cambio, afirma Zepeda, en López Obrador predomina la militancia en la toma de decisiones. “Si el dato obstaculiza, hay una selección de otro”, observa. Y contrasta que una persona de ciencia, como Sheinbaum, “no puede desdeñar la información que contradice su hipótesis”.

Los años de formación política

Sheinbaum nació en Ciudad de México en 1962. Es descendiente de abuelos judíos que emigraron desde Europa, hija del ingeniero químico Carlos Sheinbaum Yoselevitz y la bióloga Annie Pardo Cemo, y la segunda de tres hijos (Julio es el mayor; Adriana, la menor). Creció en una familia de clase media al sur de la capital, en un ambiente con acceso a la cultura y abierto a la influencia política izquierdista. Eran años convulsos en México. Los movimientos obreros de principios de los sesenta encontraron eco en las universidades públicas, especialmente en la UNAM y el IPN, donde Annie Pardo era profesora. Los padres de Sheinbaum apoyaron las manifestaciones estudiantiles de 1968 y acogieron en veladas en su casa a varios de los líderes, además de los amigos rutinarios de la familia, otros científicos e intelectuales de renombre. Claudia, la niña y la adolescente, incorporó las discusiones de política a su formación, a la que añadió las clases de ballet, guitarra y remo.

La bióloga Rosaura Ruiz, profesora en la UNAM, amiga originalmente de Annie Pardo y ahora de la propia Sheinbaum, recuerda que madre e hija solían visitar a sus amigos presos en Lecumberri, la prisión política a la que el régimen del PRI envió a los líderes estudiantiles, como a Raúl Álvarez Garín y a Salvador Martínez della Rocca, El Pino. “Eran los héroes de su madre, también lo eran de ella”, apunta Ruiz, recién designada secretaria de Ciencia. En las catacumbas de esa cárcel, Sheinbaum también conoció a Elena Poniatowska, que escribía su memorable libro sobre la represión del 68. “En las reuniones en su casa hablábamos de política y de mejorar las condiciones de la gente, porque siempre fuimos gente de izquierda. Ahí estaba Claudia, ese fue su ambiente familiar, un espacio donde no había discriminación”, añade Ruiz.

El sociólogo Arturo Chávez recuerda con cierta vergüenza que Sheinbaum, su amiga pero ahora también su jefa, le hizo un regaño hace unos meses por haber dicho una broma que a ella le desagradó mucho. “No le gusta, en lo absoluto, que alguien bromee con la gente, que alguien se burle, que se le falte al respeto a alguien. Ni de chiste. Y me dijo: ‘Todos merecemos respeto, todos merecemos atención. Deberías ir más a las giras, así serías más sensible con los problemas de la gente’. Fue una buena llamada de atención, y se agradece. Te muestra su sensibilidad”, pondera él.

El periodista Arturo Cano, otro de sus biógrafos, sostiene que la convulsión política de los sesenta y los setenta como telón de fondo de su crecimiento marcó el rumbo del activismo de Sheinbaum. “Yo le pregunté a ella directamente: ¿A quién consideras tu mentor político? Todo el mundo esperaría que dijera: a López Obrador. Pero no. Dijo: a Raúl Álvarez Garín, y a mis padres”, recuerda. Álvarez Garín, fallecido en 2014, era uno de los dirigentes estudiantiles más entrañables. Fue promotor del grupo político Punto Crítico, que formaba parte del Comité Estudiantil de Solidaridad Obrero Campesina (Cesoc), donde militaba Sheinbaum. Álvarez Garín era muy querido por sus pares, pero estos también lo consideraban muy moderado e “incapaz de organizar una huelga en un kínder”, apunta Cano. El líder del 68 acercó a Sheinbaum a la familia de Valentín Campa, el legendario dirigente del Partido Comunista Mexicano, recuerda el biógrafo. Con los años, Sheinbaum aprendió a sintetizar la moderación de Álvarez Garín con el pragmatismo de Campa para la movilización política.

La presidenta estudió Física en la Facultad de Ciencias de la UNAM. Se involucró en la actividad política desde el Consejo Estudiantil Universitario (CEU), creado en 1986 y cuya principal lucha era impugnar un cúmulo de reformas impulsadas por el rector, Jorge Carpizo, para privatizar la educación pública. Sheinbaum era portavoz de su facultad en las asambleas y adquirió un rol de dirigente. Arturo Chávez recuerda su capacidad para dar rumbo al marasmo del asambleísmo universitario. “Era de las que ponían orden en los debates interminables, sobre todo cuando ya había que tomar decisiones importantes, como irte a huelga, levantar la huelga o abrir el diálogo con las autoridades. Era muy ordenada. A los demás nos impresionaba su capacidad de sistematizar y decir: ‘La alternativa va por acá’. Y tenía autoridad para poner orden”, cuenta. El caricaturista Rafael Barajas, El Fisgón, apunta: “Claudia siempre se aparecía cuando las cosas se ponían serias. Cuando había que tomar decisiones y organizar y estructurar, quien resolvía era Claudia. Entonces nos dimos cuenta de que era un cuadro muy eficaz”. En internet hay videos de una joven Sheinbaum, precisamente, organizando una asamblea; sin megáfono, la voz a pecho, se la oye decir: “¡No caigamos en provocaciones!”, “¡hagan una valla!”, “¡compañeros!”.

Los años de activismo se entrelazaron con la formación universitaria y también con la maternidad. Sheinbaum se casó en 1987 con uno de los principales dirigentes del CEU, el sociólogo Carlos Imaz, su primer esposo, y en 1988 tuvo a su hija Mariana. Imaz tenía entonces un hijo de un matrimonio anterior, Rodrigo, a quien Sheinbaum crio. Ese año, se licenció en Física con una tesis sobre el uso de estufas de leña en comunidades rurales. La presidenta cuenta en Claudia: el documental —hecho en 2023 por su hijo Rodrigo, que hoy es artista y cineasta— cómo tuvo que maniobrar en esos años para llevar a los niños a la escuela, luego recogerlos para llevarlos a casa de su madre, y después ir a la universidad para cumplir sus tareas de investigación y dar clases, mientras hacía una maestría en Ingeniería en Energía. Pese a todos los retos, consiguió el grado con una tesis sobre uso eficiente de energía en la iluminación.

El 88 también fue el año del primer gran fraude electoral en México contra la izquierda. En un truculento conteo de votos —la famosa caída del sistema—, el candidato del régimen priista, Carlos Salinas de Gortari, se impuso a Cuauhtémoc Cárdenas, un político disidente surgido de las filas del partido hegemónico abanderando ideales de democracia. Desde la universidad, los líderes del CEU propiciaron el acercamiento del movimiento estudiantil al cardenismo, con lo que sacaron la protesta de las aulas para conducirla a la política puertas afuera, en las calles y hacia las urnas. Sheinbaum e Imaz se afiliaron al PRD, nacido de esas luchas democráticas. “En aquel entonces, el gran debate era si la revolución tenía que ser armada, o bien se optaba por la vía electoral. La corriente en la que estaba Claudia optó de manera muy temprana por la vía político-electoral, por la democratización de los procesos. Es una demócrata consecuente”, observa El Fisgón.

Al inicio de la década de los noventa, Sheinbaum, Imaz y sus dos hijos viajaron a California, Estados Unidos. Los jóvenes padres habían conseguido una estancia para estudiar el doctorado, él en Educación, ella en Ingeniería Ambiental. El activismo político siguió allá a la futura presidenta. Una icónica foto publicada en un diario estadounidense muestra a Sheinbaum en una manifestación a propósito de la visita a ese país de Salinas de Gortari, en plenos preparativos del Tratado de Libre Comercio, el gran sueño neoliberal de la época. La joven, en el centro de la toma, carga un cartel que lee (en inglés): “¡Comercio justo y democracia ya!”.

Jorge Zepeda afirma que Sheinbaum se inscribe en una izquierda moderna, más europea, que enarbola una agenda de preocupaciones por los derechos humanos, la ecología, el género y la diversidad sexual. Todo ello, apunta, excede el modelo político de López Obrador, de una izquierda “milenarista”, donde el Estado benefactor se coloca al centro y que se entrecruza con una añoranza por las raíces indígenas. “En ella se mezcla su pensamiento científico con una personalidad de hacer bien las cosas, de cumplir, de estar a la altura de la responsabilidad que se le exige, y ese es un motor para levantarse todos los días, no como el de López Obrador, de cómo va a ser mirado por la Historia”, explica.

El salto al Gobierno

A su regreso de EE UU, tras cuatro años fuera, Sheinbaum retomó su puesto de investigadora en el Instituto de Ingeniería de la UNAM, y se integró como asesora de la Secretaría de Energía y de la Comisión Federal de Electricidad, en lo que sería su primera incursión en el servicio público. Alcanzó el grado de doctora con un trabajo sobre perspectivas de la energía residencial. Con varias publicaciones en revistas científicas, Sheinbaum se perfilaba como una de las pioneras en México en estudios del cambio climático. Imaz, en cambio, se volcó a hacer política desde el PRD, del que se convertiría en dirigente en la capital en 1999. López Obrador preparaba su candidatura al Gobierno de Ciudad de México (entonces Distrito Federal).

Al triunfar en la elección capitalina, en el 2000, López Obrador buscó un perfil técnico para la cartera de Medio Ambiente, alguien que le indicase cómo disminuir la contaminación en la capital. Los biógrafos de Sheinbaum afirman que ella entró al campo de visión del flamante gobernador gracias al físico José Barberán, el principal asesor de López Obrador en asuntos de estadística. El mandatario, que ya antes había visitado la casa de los Imaz-Sheinbaum para sostener reuniones de estrategia política, se entrevistó con ella en un Sanborns. Fue un encuentro breve y protocolario, pero suficiente para que él la acogiera en su Gobierno. Los biógrafos hacen otra afirmación: que el ascenso de Sheinbaum al círculo rojo del obradorismo se debió, en gran medida, a la militancia de Imaz, que ya ejercía de político profesional, mientras que ella, en esos años, había optado por cultivar más su carrera académica que la política, además de haberse hecho cargo de la crianza de sus hijos.

Sheinbaum no está de acuerdo con esa apreciación. Zepeda relata que, cuando estaba por publicar su obra La sucesión 2024, le dio el borrador del capítulo que contenía su biografía, en espera de recibir sus comentarios. Quedaron para tomar un café. Ella llegó a la reunión con las hojas impresas, en las que hizo anotaciones a lápiz. Más allá de las precisiones sobre fechas y nombres, Sheinbaum se detuvo en la parte donde el biógrafo describió esa especie de subordinación respecto de Imaz (ya su exesposo, desde 2016). “Ella me dijo: ‘Creo que estás juzgando demasiado pasivo mi interés en la política, y me preocupa que acabo siendo vista según la historia de siempre, que es el marido, la pareja masculina la que conduce, y una va como siendo arrastrada, como si yo no tuviera una tradición familiar de mis padres, mi madre, yo, muy militante”, cuenta Zepeda. El biógrafo recuerda algo más de ese encuentro: no sintió, pese a todo, que intentase convencerlo de cambiar su relato. “Me dijo: ‘Oye, no te vayas a ofender, no estoy desautorizando esto, simplemente me parece que el énfasis que se proyecta no es fiel a mis propias preocupaciones políticas”. El Fisgón refuerza el reclamo de la presidenta: “Claudia siempre brilló con luz propia. Es de un machismo trasnochado querer ponerla a la sombra de Imaz”.

Con el cuerpo de lleno en el Gobierno de López Obrador en la capital, Sheinbaum impulsó el transporte público de bajas emisiones y supervisó el impacto ambiental que traería consigo la construcción del segundo piso del Periférico, una obra por la que la Administración obradorista fue muy criticada. En 2004, un evento ajeno a ella sacudió su carrera. Imaz, que se había convertido en alcalde de Tlalpan, una de las 16 demarcaciones de Ciudad de México ubicada al sur, fue grabado recibiendo dinero de parte del empresario Carlos Ahumada. Se trató de una trampa planeada por los opositores de López Obrador y que pasó a la historia con el nombre de Los videoescándalos. Imaz aceptó la responsabilidad y declaró que el dinero iba a ser utilizado para financiar campañas. Renunció al cargo y desde entonces no ha retornado a la política activamente. El caso, muy mediático, golpeó duramente a la familia de Sheinbaum. Cano cuenta que ella, entre lágrimas, ofreció a López Obrador renunciar al Gobierno, para no endosarle el desprestigio de su esposo, pero el mandatario dijo que ella no tenía por qué asumir responsabilidad alguna y la conservó en su entorno.

Entre 2004 y 2005, cuando el presidente Vicente Fox (PAN) intentó encarcelar al entonces jefe de Gobierno, en una maniobra para descarrilarlo de la contienda presidencial en puerta, Sheinbaum volvió a la movilización política en defensa del dirigente. Luego, en 2006, en las protestas por el supuesto fraude electoral denunciado por López Obrador —era la primera elección federal a la que se postuló y perdió—, siguió marchando a su lado. López Obrador iba adquiriendo un lugar más protagónico en el movimiento de izquierda mexicano, desplazando a Cárdenas, que fuera el patriarca, y estaba integrando a su grupo compacto. Sheinbaum fue ganándose un lugar. El dirigente la nombró portavoz de su movimiento, tras proclamarse “presidente legítimo”, y le encargó la organización de las brigadas en defensa del petróleo, las llamadas Adelitas. Imágenes de la época muestran a Sheinbaum dando discursos ante las multitudes obradoristas y recibiendo aclamaciones, mientras el líder la abraza fraternalmente.

Si bien despachó los encargos de López Obrador, ella regresó a la academia y recuperó la actividad de investigadora y docente a lo largo de casi una década. Esa se volvió su rutina cotidiana, con intermitencias de trabajo político en el territorio. Publicó otra vez en revistas especializadas y se integró al Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), organización que en 2007 recibió el Premio Nobel de la Paz. En la elección presidencial de 2012, la segunda a la que se presentaba López Obrador, este la anunció como su apuesta para la cartera de Medio Ambiente a nivel federal. También la incluyó como candidata plurinominal al Congreso, pero ella rechazó la postulación. Tras la derrota en las urnas, el dirigente rompió con su partido, el PRD, y se dedicó a la conformación de Morena (Movimiento de Regeneración Nacional). Todavía sin acceso a recursos públicos, los fundadores del partido conformaron brigadas, visitaron los Estados, hicieron asambleas, llamaron a las puertas de las casas y repartieron panfletos. Sheinbaum fue una de esas brigadistas de a pie. “En todo ese trabajo, Claudia ya era importantísima en la estructura del movimiento de López Obrador. Era, si no su brazo derecho, porque Andrés Manuel no ha tenido un solo brazo derecho, sí era un personaje ya central en el movimiento, era clave en el tema organizativo”, apunta Arturo Chávez.

En 2015, Morena fue a su primera elección contra el PRI, el PAN y el PRD, que contaban con una amplia base militante. Sheinbaum tenía raigambre en Tlalpan, porque ahí vivía, al igual que López Obrador. Los morenistas consideraron que ella debía ser la candidata para gobernar esa alcaldía. “Nosotros no veíamos otro referente político que pudiese competir: era Claudia. Pero ella ya había declarado que no volvería al Gobierno, porque no le interesaba obtener puestos; que era parte del movimiento y que contábamos con ella, pero, para puestos, no”, dice Chávez. En el fondo, en Sheinbaum anidaba el temor de que la persiguiese el fantasma de Los videoescándalos, según dos integrantes de su círculo cercano que han pedido no ser citados. Chávez recuerda: “Intervenimos muchos para convencerla, incluso López Obrador. Yo hablé con ella unas cuatro veces, en términos personales y políticos, para convencerla de que regresara. Ella lo pensó mucho, mucho”, añade el sociólogo. Sheinbaum aceptó finalmente y trajo para Morena una de sus primeras conquistas políticas.

Su gestión como alcaldesa de Tlalpan fue corta y eficaz. Estuvo en el cargo hasta 2017, cuando solicitó licencia para contender por la candidatura de Morena al Gobierno de Ciudad de México. Ese salto se vio afectado por el derrumbe, en el terremoto de septiembre de ese año, del Colegio Rébsamen, en el que murieron 26 personas, la gran mayoría niños. La oposición le acusó de negligencia por irregularidades en la construcción del edificio. Las investigaciones han concluido que funcionarios de menor rango otorgaron permisos ilegales para que la dueña del colegio ampliara los pisos del inmueble, lo que finalmente ocasionó el derrumbe.

Contender por la candidatura al Gobierno capitalino tampoco fue una decisión fácil en el plano personal, a raíz de su divorcio de Imaz, en 2016, tras casi tres décadas de relación, según cuentan los dos colaboradores que piden no ser citados. Fueron tiempos de mucho dolor. Chávez, que la conoce bien, considera que, al final, lanzarse a la contienda, anteponer el proyecto político, “haberse entregado a la causa”, le ayudó a reconstituirse. “La jefatura de Gobierno se le abrió como un horizonte”, resume.

La política y la científica

Sheinbaum llegó al gobierno capitalino aupada en la ola que condujo a López Obrador a la presidencia, en su tercer y definitivo intento, en 2018. Fue la primera vez que una mujer era electa por voto popular como mandataria de la ciudad. Sheinbaum llegaba a trabajar sobre lo construido por los gobernantes de izquierda que han encabezado la capital desde 1997: Cárdenas, el propio López Obrador, Marcelo Ebrard —otro de los fundadores de Morena— y Miguel Mancera.

La jefa de Gobierno había demostrado ser una funcionaria diligente en los cargos públicos anteriores, pero nada la preparó para afrontar un reto como la pandemia de covid-19 en una capital de nueve millones de habitantes, una de las principales de América. En cuanto hubo evidencia científica de cómo se transmitía el virus, Sheinbaum instruyó el uso de las mascarillas. Se trató de un contraste contundente respecto de la manera como manejó la pandemia López Obrador a nivel federal. El exmandatario cuestionó los datos y decidió no utilizar cubrebocas, pues quería transmitir a la población un mensaje de tranquilidad, de que no había que temer a la enfermedad. Los funcionarios del gabinete, para no contrariar al entonces titular del Ejecutivo, se quitaban la mascarilla cuando estaban con él en conferencias y para tomarse fotos oficiales. Sheinbaum no. Mantuvo la política del cubrebocas en la ciudad y siempre se presentó ante la gente usándolo. “Es un ejemplo de que Claudia nunca va a dejar de hacer lo correcto, implique lo que implique. Su gobierno en Ciudad de México dio muchas pistas de cómo va a ser la primera presidenta. Es alguien que nunca va a dejar de hacer lo que se tiene que hacer”, sostiene Merino.

Merino recuerda que, en un traslado por la ciudad en auto, Sheinbaum iba tomando nota de semáforos inservibles, cables caídos, calles sin pavimentar, e iba llamando a los funcionarios responsables para pedirles que atendiesen esos casos. A él, en una ocasión, le llamó para decirle que no podía conectarse al internet gratuito de la ciudad, una función de la agencia que él encabezaba. “Yo nunca había visto a nadie trabajar tanto en mi vida. Te puede marcar a las 12 de la noche y luego a las cuatro de la mañana. Porque no para. Todo lo atiende, todo lo ve, no se toma pausas; no prioriza, para nada, ninguna cosa que tenga que ver con confort personal”, describe. Jorge Zepeda observa que, a diferencia de López Obrador, Sheinbaum no creció en la oposición o como una perseguida política, y señala que ello ha moldeado su manera de entender el ejercicio del poder. “Su verdadera participación en la vida pública ha sido en el lado ejecutor, ya como gobierno. Eso define absolutamente una actitud distinta frente al manejo del poder, que ella ve como un desafío de administración pública”, sostiene.

Sheinbaum tomó las riendas en la emergencia por el derrumbe de la línea 12 del Metro, en mayo de 2021, una tragedia en la que murieron 27 personas y que golpeó duramente la imagen de su Gobierno. Un informe independiente concluyó que el desplome obedeció, de manera concurrente, a errores en la construcción (en la Administración de Ebrard) y fallas de mantenimiento (en la gestión de Sheinbaum). La mandataria no aceptó esas conclusiones y calificó el informe de tendencioso. Una de las principales razones del rechazo fue que el documento no distinguía qué tanto influyó una causa sobre la otra, es decir, si el mantenimiento de una obra es tan crucial como su diseño.

La mandataria electa ha dado preferencia a las capacidades técnicas de su círculo cercano, más allá de la lealtad o la honestidad, otro criterio que contrasta con López Obrador. “Ella sabe escuchar, ha formado un equipo muy sólido en todas las materias; sabe que no tiene todas las respuestas, pero sí puede construirlas a partir del diagnóstico de un equipo”, anota Arturo Zaldívar, exministro de la Suprema Corte y próximo coordinador de Política presidencial. El senador Javier Corral, exgobernador de Chihuahua y exmilitante del PAN, añade que Sheinbaum tiene también un talante más democrático y más de izquierda que algunos cuadros del obradorismo. El político recuerda una plática que tuvo con ella a propósito de Fratelli Tutti, la tercera encíclica del Papa Francisco. “Me mostró su asombro por la manera en que Francisco describe el capitalismo rampante, inhumano, que vivimos, y me dijo que estaba muy sorprendida de descubrir que el Papa era más radical que los de Morena en muchos aspectos”, relata.

La lucha interna por la candidatura presidencial puso a prueba el liderazgo de Sheinbaum para mantener la unidad del movimiento obradorista. La exjefa de Gobierno dejó en el camino a políticos tan relevantes como el excanciller Marcelo Ebrard, el exsenador Ricardo Monreal y el entonces secretario de Gobernación, Adán Augusto López. Morena lanzó una encuesta nacional para definir quién abanderaría a la formación en las elecciones de este 2 de junio. Los resultados la dieron por vencedora, en gran parte porque los morenistas valoraron que ella nunca militó en otro movimiento que la izquierda, a diferencia de los otros contendientes, todos expriistas (como el propio López Obrador). No fue fácil que los hombres derrotados reconocieran su triunfo, especialmente Ebrard, el segundo en las preferencias, que amagó con romper con la formación guinda y prometió que no se “sometería” a ella. Monreal cuenta que Sheinbaum llamó a cada uno de los vencidos para limar asperezas y mantenerlos cerca. “Como adversaria, es una mujer generosa. Nunca sentí agresión u hostilidad de ella hacia mí. Hizo un gran papel político al llamar a todos. Y al final nadie se fue, nadie desertó, nadie fue a parar a las filas de la oposición”, valora. Al contrario, todos colaboraron con su campaña, en lugares estratégicos decididos por ella.

Sheinbaum, la científica política, la sucesora de López Obrador, ha experimentado eventos importantes en su vida personal en pocos meses. Se casó en noviembre de 2023 con Jesús María Tarriba, un analista financiero del Banco de México, excompañero de aulas en la UNAM. También se convirtió en abuela de un niño, hijo de Rodrigo. Una escena del documental Claudia muestra un inesperado video en el que ella baila y corre tras enterarse de la noticia de que tendría un nieto. La presidenta tiene una debilidad especial por los niños. Renata Turrent, madre de una niña de tres años, recuerda la vez que Sheinbaum, al término de una reunión de trabajo, le preguntó qué palabras había aprendido a decir su hija. “Estaba muy emocionada de saberlo, y ni conoce a mi hija. Yo no habría imaginado que la próxima presidenta tuviera tiempo para eso”, comparte. La propia Sheinbaum ha dicho que, de no haberse dedicado a la política, habría sido maestra de kínder. Allí donde Álvarez Garín, uno de sus referentes, no podría organizar una huelga. Ella quizá sí.

EL PAÍS

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