Las cicatrices de la esclavitud en Brasil
ArtigosEl fantasma de la esclavitud espanta al país sudamericano a 130 años de su abolición. En su territorio no se ha rendido cuentas por los crímenes cometidos contra millones de personas y eso le pesa a la sociedad brasileña
El 13 de mayo de 1888, la princesa Isabel I, conocida como Isabel de Brasil por ser hija del último emperador de este país, suscribió la Ley Áurea y abolió de un plumazo la esclavitud en su territorio; sin guerra civil, como la que tuvo lugar en Estados Unidos, ni rebeliones orquestadas por la población negra, como ocurrió en Haití en 1794. Pero el suyo no fue un acto de buena fe o altruismo: en Brasil se puso fin a la esclavitud cuando la economía basada en ella se agotó por completo, 43 años después de que Inglaterra le prohibiera recurrir al comercio transatlántico de seres humanos mediante la Ley de Aberdeen.
En los 350 años que duró ese sistema barbárico, la mitad de todos los africanos secuestrados y llevados al continente americano terminaron en Brasil. Casi seis millones de personas llegaron a sus costas de esa manera; de ellas, dos millones atracaron en el viejo muelle de Río de Janeiro. Uno de cada diez murió durante la tortuosa travesía. Sus cuerpos sin vida fueron lanzados sin ceremonia alguna por un despeñadero cercano al viejo puerto carioca, junto con restos de animales y los desechos de las casas. Descubierto en 1996, el llamado “Cementerio de los Nuevos Negros” fue convertido en un monumento conmemorativo.
Negros a la deriva
Hoy en día, el sepulcro en cuestión está a punto de cerrar por falta de mantenimiento. Pese a su atractivo turístico y su valor histórico –es un elemento importante del barrio carioca Pequeña África, Patrimonio Cultural de la Humanidad de la Unesco–, el Gobierno de Río no parece tener mayor interés en recordar los estragos causados por la esclavitud en su último bastión latinoamericano. Esa indisposición es una de las causas por las cuales sobrevive la creencia infundada de que los esclavistas brasileños fueron más bondadosos que los de otras colonias europeas. Buena parte de los testimonios que quedaron de la época nunca reflejaron la realidad.
Desde 1845 en adelante, los latifundistas recurrieron cada vez más a la mano de obra blanca, proveída por el creciente número de inmigrantes europeos. Después de 1888, más que ser liberados, los esclavos quedaron a la deriva, sin tierras ni dinero para declararse independientes y sin educación para aspirar a puestos de trabajo dignos. Herederos de esa miseria, millones de afrobrasileños siguen viviendo en situaciones tan precarias como las de sus antepasados. Es un círculo vicioso: de las 60.000 víctimas que deja la violencia cada año, dos tercios son jóvenes negros. También, dos tercios de la población carcelaria está compuesta por brasileños de origen africano.
Esclavitud moderna
“Todas las relaciones de poder están habitadas por el fantasma de la esclavitud”, señala el psicoanalista italiano Contardo Calligaris, quien vive en Brasil desde la década de los 80. Calligaris agrega que el poder se manifiesta siempre como la búsqueda de dominio corporal sobre los demás. Por su parte, el dominico francés Xavier Plassat recalca que la esclavitud se ha perpetuado en Brasil “con la salvedad de que, en lugar de cadenas, la gente es sometida a través de la dependencia económica”. Gracias a la presión ejercida por Plassat y varios miembros de la Iglesia católica, el Gobierno brasileño promulgó en 1995 una ley contra la esclavitud.
Desde entonces, 54.000 personas han sido liberadas de relaciones laborales forzadas. A finales de 2017, el presidente Michel Temer sorprendió a sus compatriotas al tratar de suavizar el término “esclavitud moderna”, eliminando el criterio de la dependencia económica forzada a la hora de definirlo. Por fortuna, la protesta local e internacional frustró su agenda. Según Celso Athayde, activista del movimiento negro brasileño y líder del Frente Favela Brasil –el primer partido político integrado únicamente por gente negra–, las sombras de la esclavitud no se disiparán hasta que la población negra de Brasil no asuma el protagonismo de su historia.
Thomas Milz, desde Río de Janeiro (ERC/RRR)
* Artículo originalmente publicado en 13/5/2018 en Deutsch Welle