Argentina y la no diferencia
Artigos Fernando López D’Alesandro
Analista
«Estas masas muestran tendencias revolucionarias, su resentimiento contra sus gobernantes aumenta a medida que comprenden su frustración. El líder fascista moderno canaliza la intranquilidad de una manera que deja incólume las bases materiales de la sociedad. En nuestros días, esto se puede lograr únicamente sustituyendo el pensamiento por celebraciones mágicas, no sólo en las ceremonias públicas, sino también en la vida diaria».
FRANZ NEUMAN. «BEHEMONTH. PENSAMIENTO Y ACCIÓN DEL NACIONAL SOCIALISMO». FCE, México. 1943-1983. P. 515.
Macri y Scioli son demasiado parecidos. Ambos fueron hijos dilectos de los 90, nacieron de la mano de Carlos Menem, son empresarios exitosos, pertenecen al “celebrity land” y reflejan la luz conservadora con algunas difracciones.
Mauricio Macri es un conservador pura sangre y no lo oculta. Por supuesto que se hamaca para caer bien parado en el campo de los logros K –como el matrimonio igualitario, o la Asignación Universal por Hijo- pero no deja de ser el espejo de una nueva capa empresarial de base clasemediera, inserta en la globalización, que necesita reglas claras. Fueron estos los que apostaron por Néstor Kirchner en 2003 ante la promesa de “un país en serio”, pero poco a poco degradaron su apoyo, decepcionados por la corrupción, la mano a los amigotes y un estilo político que redujo la democracia a la “mesa chica” de Olivos y a la voluntad de La Cámpora. Macri –Mauricio lo llaman- es la nueva apuesta, con el agregado de que es uno “como ellos”.
Reflejo fiel de la nueva centro derecha, tecnócrata y posibilista, desprecia las orgánicas rígidas y gobierna su partido en clave elitista en sintonía con la Argentina que proyecta. Su “mundo PRO” es impecable, lustroso, rubio, blanco y rico. La democracia política es, en realidad, una estrategia de marketing, un mercado electoral, donde las propuestas políticas juegan de acuerdo a la oferta y la demanda, donde los proyectos no van más allá de un discurso genérico. En realidad, los planes quedan en las mesas del PRO, en sus resoluciones tecnocráticas y en las decisiones de unos pocos.
Scioli viene del mismo palo y por eso genera las peores contradicciones en el caótico mundo K. El kirchnerismo es un hijo puro del peronismo, con un discurso progre que lo diferencia en esa interna donde todos estuvieron alguna vez con todos y donde todos se deben favores. Pero no van más allá… en doce años ni Néstor ni Cristina jamás dijeron la palabra “izquierda” ni mucho menos “socialismo”… no son eso, son un “proyecto” indefinido y endeble, que terminó armando un capitalismo de amigotes, donde La Cámpora opera como una fuerza de choque que ocupa espacios estatales. A este armado vertical le salió un cuerpo extraño llamado Daniel Scioli.
Denostado y atacado por todo el kirchnerismo durante años, el gobernador de Buenos Aires soportó las filípicas de la presidenta en público, y hasta el hiper oficialista programa K, 6,7,8, lo clasificó como uno de los candidatos de los fondos buitres, junto con Massa y Macri. Scioli dio muestras de una voluntad estoica admirable. No respondió jamás, su silencio le hizo acumular apoyo social y resistió increíblemente la andanada cotidiana de sus propios compañeros. “Mahatma Scioli” lo llamó Jorge Lanata, con su humor y talento habitual.
El éxito de la candidatura de Scioli es directamente proporcional al fracaso de la estrategia K. La pregunta que ningún militante nac&pop se ha hecho es por qué Scioli llegó a ser candidato a pesar y en contra de toda la marea camporista. La respuesta sería incomoda, pues mostraría que Scioli es el producto de las limitaciones del kirchnerismo.
No faltan los despistados que creen que el kirchnerismo debía “radicalizarse” para sobrevivir. Ningún matiz del peronismo, jamás, fue más allá de su propuesta puntual. Pudo coquetear con esta o aquella doctrina más o menos radical, pero el cortejo no pasó nunca de la histeria política. Los momentos peronistas nunca dejaron de ser reproductores de un sistema al que salvaron y salvan y del que siempre vivieron. Esperar giros a la izquierda o radicalizaciones del peronismo es creer que los Titanes en el Ring se golpeaban de verdad.
El resultado del 25 de octubre no asombró, el empate fue lógico, los candidatos eran demasiado parecidos, casi iguales. Y tan parecidos son que en los días siguientes desde la filas k las críticas al fracaso de Scioli se podían intercambiar con los palos a Macri; sólo había que cambiar los nombres.
Un mundo aparte fue la intervención de la presidente.
Luego de la debacle electoral nacional y porteña, el discurso de Cristina Fernández era el más esperado. Los medios de derecha se preocupan por destacar que la presidente no nombró a Scioli, la mezquindad no les permite ver más allá.
Obviando la hojarasca del habitual discurso político populachero, la presidente quiere un debate retrospectivo, que probablemente ella no podría zanjar si se editan los videos k de los 90 elogiando a Menem o apoyando a Cavallo, entre tantos. La intención real del acto era salvarse ella, su gestión y su entorno inmediato que, casualmente, tienen el apellido Kirchner. Así se despegó de un candidato que no sacó el 54 por ciento ni fue el más votado después de Perón, como Cristina se encargó de resaltar más de una vez. Tuvo, luego, un sutil momento antimperialista donde advirtió los peligros de “afuera”, para terminar en los patios de la Casa Rosada gritando que ella siempre estaría “junto al pueblo”.
Las obviedades del discurso k delatan los límites del “proyecto”. Palabras que tienen falta de sentido donde deslumbra la imposibilidad de mostrar el desarrollo en todas las áreas, pues salvo las acciones sociales, el “proyecto” argentino se agotó en alguna que otra inversión china y en la sojización de la Pampa. La época K se extinguió en sí misma y Scioli es el síntoma de ese final.
Cristina se quedó sola “con su pueblo” lo que tiene una significación profunda e histórica de los límites del peronismo. Sin duda Vivian Trías explica muy bien esta situación. El 24 de agosto de 1955, a poco del final del primer peronismo, definía lo que significaba este movimiento en El Sol: “Las multitudes urbanas son los actores centrales del nuevo acto. Han puesto en juego su persistente mentalidad rural…en el nuevo marco de la gran ciudad industrial y han corrido en alud tras el ‘hombre fuerte’ el austero salvador del pueblo, edición renovada del antiguo caudillo paternalista”. Si bien la impronta rural trasmutada a proletario está agotada, el “hombre fuerte” –hoy “la mujer”- sigue siendo como ayer, el límite y la limitante de un movimiento que no puede crear su orgánica ni mucho menos su democracia. Su base, el pueblo a secas, era definida por Trías como “el lumpen y el suburbio de todas las ciudades cosmopolitas, los resentidos de siempre, los fracasados de siempre, tienen allí también su oportunidad”. La historia se repite casi de la misma forma, sólo que hoy tiene un tono triste de caricatura. Tal como planteaba Trías, el margen de la sociedad alimenta el liderazgo personal y personalizado, una suerte de “no democracia” donde todo se agota en el líder. El fascismo creó ese estilo basado en una alianza social donde el lumpen tenía su espacio, Perón tomó el ejemplo y hoy quedan ecos de aquella impronta. Suponer que desde ahí puede salir algo parecido a un camino al socialismo es históricamente equivocado, no porque lo digan los académicos, sino porque lo enseña la historia.
No importa quién gane el balotaje, el resultado será el mismo independientemente del personaje que se cruce la banda sobre su pecho. Scioli y Macri representan la orfandad de un sistema y la inexistencia de un proyecto de país. Unos intentan algo desde una alianza social donde el lumpen ocupa un lugar que no corresponde a la historia, creando, casi, un “no lugar”. Macri cree en un conservadorismo piadoso, apenas, que tendrá que hacer un ajuste duro donde la estabilidad dependerá de la buena voluntad del sistema financiero global; de lo contario el fantasma de De La Rúa volará en helicóptero sobre la Casa Rosada.