A 60 años de la Reforma Universitaria en Cuba: historia y proposición sobre la enseñanza del marxismo
NoticiasLa autora es profesora de la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana, e investiga la enseñanza del marxismo en Cuba, desde 1994. Aunque no forma parte de este artículo, se reconocen logros alcanzados en este sentido, como la constitución de un segmento de estudiosos del marxismo, algunos de ellos con relevancia en América Latina; la publicación de artículos y libros; y la apertura hacia estudios de la historia reciente del marxismo en Cuba. El objetivo de este escrito, es socializar puntos de vista críticos y propositivos sobre lo que ha sido y es la enseñanza del marxismo en Cuba, bajo la forma de «marxismo-leninismo». Por esa razón, se presentan con amplitud un conjunto de consideraciones emitidas por marxistas distinguidos con Premios Nacionales de Ciencias Sociales. Aunque las cuestiones teóricas e históricas del marxismo que se argumentan están avaladas por especialistas internacionales reconocidos, nos remitimos exclusivamente a los criterios de especialistas cubanos.
Un país nuevo exigía una «Universidad renovada» al decir de Carlos Rafael Rodríguez, por lo que la Reforma Universitaria de 1962 tuvo como «aspiración el cambio total», romper y fundar, y su alcance se sintetizaba en las preguntas «¿qué se va a estudiar?; ¿cómo se va a estudiar?; y ¿quiénes van a estudiar?». Ese evento comprendió cuestiones organizativas relativas a las «Escuelas» (su unión, desagregación, aplazamiento de aperturas); la pertinencia de nuevas carreras sobre todo técnicas; separación de otras híbridas (como el «engendro teratológico» de «Filosofía y Letras»[2]); cambios en el balance estructural de las mismas (excedido en titulaciones «liberales»). La Reforma también propició incrementos sustantivos de matrículas; y tuvo interés en abandonar formas doctas en favor de perfiles de vocación social y transformador; se propuso graduar investigadores para la ciencia necesaria; proscribió la enseñanza «verbalista»; y consagró con la «asistencia obligatoria», la responsabilidad, compromiso, y dedicación de los estudiantes ante su propia formación. Garantizó condiciones para el acceso a estudios superiores de jóvenes humildes. Las «becas» y estipendios eran sus instrumentos, y los colores humanos señalados por el Che (negro, mulato, obrero, campesino, pueblo), fueron la síntesis simbólica de un cambio político, siempre cultural por su carácter revolucionario.[3]
En ese sentido,
la Reforma Universitaria no es reductible al conjunto de sus decisiones y dictámenes. La Reforma fue uno de los proyectos culturales de la revolución. Su alcance excedía los claustros, la colina, los tres campus existentes. Ya en 1925, Mella subrayaba que las Reformas pertenecían al «campo de la cultura», y advertía que, precisamente por eso, a las Reformas de su época les era «imposible conseguir… la integración de todos sus postulados», «dentro de las actuales normas sociales».
Precisando esta perspectiva de identidad entre política revolucionaria y cultura, expresó: «en el mañana, cuando la América no sea lo que hoy es, cuando la generación que pasa hoy por las universidades, sea la generación directora, las revoluciones universitarias se considerarán como uno de los puntos iniciales de la unidad del continente, y de la gran transformación social que tendría efecto».[4]
Reforma Universitaria y enseñanza del marxismo-leninismo (M-L)
La revolución fue el evento decisivo para la socialización casi universal del marxismo, y la Reforma una de sus expresiones hegemónicas en el campo educativo. Su antecedente se encontraba en las, aún más universales, Escuelas de Instrucción Revolucionaria (EIR). Se habían constituido el 2 de diciembre de 1960, y fueron concebidas como Escuelas de M-L según confirmara Fidel un año después.[5] Ese perfil también fue reiterado en los sucesivos documentos de las EIR, así como en informes y artículos de su director, Lionel Soto. De manera que el M-L comenzó a ser enseñado a nivel masivo, antes de que fuera declarado el carácter socialista de la revolución.
Con la Reforma, el marxismo va a ir incorporándose progresivamente al currículo de todas las carreras: la enseñanza del «Materialismo Dialéctico e Histórico» 1, 2, y 3; y «Economía Política» 1 y 2,[6] es reflejada en la segunda parte del texto normativo. Aunque el documento mismo de la Reforma no lo argumentara, el tipo específico de marxismo a enseñar sería el «M-L». Esto resulta evidente en la segmentación de Asignaturas y su nomenclatura.
Según precisara Carlos Rafael Rodríguez en 1962, al mes siguiente de proclamarse la Reforma, el objetivo de la enseñanza del M-L era la «formación ideológica», siempre advirtiendo los límites de esta intención docente:
no pretendemos enseñar marxismo, convirtiendo a los estudiantes universitarios en «marxistas»… La transformación ideológica de los estudiantes… es un proceso largo… Nuestros jóvenes se harán marxistas en el proceso mismo de la vida, bajo la influencia de las transformaciones económico-sociales, como resultado conjunto tanto de los cambios, como de las clases y de los libros.[7]
En este sentido, es probable que la entrada del marxismo al currículo se haya presentado a manera de prolongación y multiplicación del activismo revolucionario mismo y su voluntad transformadora. La Reforma toda, ya era parte de una realidad discursiva — de movilizaciones económicas, militares, políticas, educativas, culturales, etcétera — que extendía los espacios políticos de formación. Visto en contexto, los estudios de marxismo no fueron concebidos como apéndice de naturaleza iluminista para la formación política. No parece habérsele confiado a esa parte del currículo una tarea política, que solo puede ser cumplida a cabalidad por el conjunto de las relaciones sociales. Pero una reflexión semejante difícilmente se sucedió entonces, pues la vida política era, en aquellas circunstancias, la dimensión única de la vida; por lo que de manera orgánica — aunque no sin contradicciones propias de la lucha de clases — el marxismo entró a la Universidad.
Lo que en brevísimos años se reveló como una determinación problemática, fue la decisión de enseñar marxismo en su muy específica versión de M-L. En 1962, no parece haber sido un acto deliberado. Las circunstancias políticas concurrentes, y la inexistencia de una cultura marxista — no se trata de individualidades instruidas en el marxismo, sino de cultura — , favorecieron la adopción orgánica del M-L. En las EIR y en el sistema de enseñanza universitario, se produjo «la introducción de la educación marxista a través de los Manuales soviéticos como instrumento principal. El marxismo soviético devino masivamente `el marxismo´…».[8]
Esto obedeció a un conjunto de factores complejos, identificados plenamente desde hace décadas en numerosas investigaciones que han ido avanzando a partir diversos campos de saber: histórico, filosófico, sociológico, artístico, cultural, educativo, económico, político, etcétera. Resultados a los que se les ha sumado el aporte de historias de vida ya racionalizadas. Sin embargo, las sensibilidades y personalidades que involucra este asunto limitan, aún hoy, la publicación transparente y el debate de esos resultados hasta sus últimas consecuencias.