Lula se impone y disputará la segunda vuelta a un Bolsonaro en plena forma
BrasilLas elecciones muestran un país polarizado. El candidato de izquierdas logra el 48% de los votos, cinco puntos por encima del actual presidente, que aumenta su poder en el Congreso. “Vamos a ganar, esto es tan solo una prórroga”, dice Lula
El sueño de una victoria de la izquierda brasileña en primera vuelta quedó enterrado. El presidente, el ultraderechista Jair Bolsonaro, mostró una fortaleza superior a la pronosticada por las encuestas. Con el 99% escrutado, el expresidente izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva, de 76 años, lograba el 48% de los votos, mientras que su rival Bolsonaro, de 67 años, se hacía con el 43%. Brasil celebró este domingo los comicios más decisivos y reñidos de las últimas décadas tras una larga y enconada campaña electoral salpicada por algunos episodios de violencia política grave, como el asesinato de al menos dos seguidores de Lula a manos de bolsonaristas. Los brasileños, que fueron a las urnas para decidir si imponían un giro hacia la izquierda o profundizaban en el volantazo a la ultraderecha de 2018, se han dividido en dos mitades.
Ningún aspirante alcanzó el 50% más uno de los votos válidos necesario para sentenciar la elección ya; el duelo entre Lula y Bolsonaro se resolverá el 30 de octubre. Una segunda vuelta en la que será de especial relevancia lo que hagan los votantes de la senadora Simone Tebet, candidata del agronegocio y en tercer lugar este domingo, con un 4% de votos, y los que optaron por el aspirante de centroizquierda Ciro Gomes, en cuarta posición, con un 3% de los apoyos.
“Vamos a ganar, esto es tan solo una prórroga”, ha dicho el izquierdista en un hotel de São Paulo cuando el recuento estaba casi concluido. Y ha añadido: “Mañana volvemos a la campaña”. Bolsonaro ha comparecido a las puertas del palacio presidencial en Brasilia para decir: “Hay voluntad de cambio, pero ciertos cambios pueden ser a peor”. “Las puertas están abiertas para la conversación”, añadió el presidente brasileño en referencia a un posible diálogo con los candidatos Gomes y Tebet de cara a la segunda vuelta.
De mantener Lula la ventaja en segunda vuelta, su victoria supondría la culminación del giro a la izquierda que se ha venido dando en América Latina en las últimas elecciones y la posibilidad de reescribir los capítulos finales de su historia personal, empañados por su paso por prisión, aunque sus condenas por corrupción fueron anuladas. También sería crucial para el futuro de la Amazonia y para el planeta, por el papel que ejerce como regulador de la temperatura.
Durante meses, Bolsonaro ha criticado las encuestas que de manera sostenida le colocaban entre 10 y 15 puntos por detrás de Lula. Sus fieles decían que estaba siendo subestimado como en 2018, y así ha sido. A la hora de la verdad, su apoyo real ha sido mayor del pronosticado. Su partido, el Liberal (PL), tendrá el mayor grupo parlamentario y el desembarco bolsonarista en el Senado ha sido potente. Y los candidatos a gobernador en al menos tres Estados (Río de Janeiro, el Distrito Federal y Paraná) apadrinados por Bolsonaro han ganado en primera vuelta. Adenás, su hombre para el Gobierno de São Paulo, Tarcisio Freitas, un militar que fue ministro, se disputará la segunda vuelta con Fernando Haddad, lo más parecido que Lula tiene a un heredero político. Los sondeos colocaban a Haddad, exalcalde de la metrópoli y que perdió ante Bolsonaro las presidenciales hace cuatro años, muy por delante, lo que hizo soñar al Partido de los Trabajadores con conquistar el Estado más rico de Brasil.
La jornada ha estado marcada por las largas colas de votantes y, pese a lo tensa que ha sido la campaña, ha reinado la normalidad en casi todo Brasil. El incidente más grave ha sido la irrupción a tiros de un hombre en un colegio electoral de São Paulo que ha dejado a dos policías heridos de bala.
Al ir a votar, Lula recordó su paso por prisión. “Es un día importante para mí”, declaró. “Hace cuatro años no pude votar porque fui víctima de una mentira. Quiero ayudar a mi país a regresar a la normalidad”, añadió en São Bernardo do Campo (São Paulo), donde se forjó como líder sindical y político.
En Brasil se vota en urna electrónica: la ciudadanía teclea el número asignado a cada candidato, cuya fotografía el elector puede ver. Se trata de un método implantado hace 25 años para facilitar la vida a los analfabetos y combatir el fraude. Lula es el 13 y Bolsonaro, el 22. El sistema era un orgullo nacional, pero el presidente Bolsonaro ha erosionado de manera grave su credibilidad. El mandatario ha agitado las dudas hasta el último minuto, siempre sin pruebas, contra un sistema que no ha sufrido ningún fraude relevante. “Si son elecciones limpias, sin problema, que gane el mejor”, ha declarado este domingo por la mañana el presidente brasileño al votar en una villa militar de Río de Janeiro vestido con una camiseta con los colores patrios. El problema es que buena parte de los bolsonaristas se han creído ese discurso y sospechan que las autoridades electorales arrebatarían a su líder una posible victoria. El voto es en urnas a prueba de hacker, no conectadas a internet.
Por eso es clave la reacción de Bolsonaro a los resultados oficiales. El sistema de voto electrónico y el Tribunal Superior Electoral (TSE) han sido, junto al dúo Lula-Bolsonaro, los grandes protagonistas de esta campaña. Existe el temor de que ante un resultado que no sea de su agrado, el ultraderechista movilice a sus seguidores al estilo de Donald Trump con el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021.
Los 156 millones de electores convocados a las urnas votan para elegir presidente, Cámara de Diputados, un tercio del Senado, los gobernadores de los 26 Estados y del Distrito Federal, además de todos los Parlamentos estatales. En el caso de presidente y gobernadores, hay segunda vuelta si ninguno alcanza el 50% más uno de los votos válidos, sin contar blancos y nulos. El voto es obligatorio, pero la multa a los que no ejerzan su derecho es pequeña y la abstención suele rondar el 20%. Por primera vez, todo el país ha votado en el mismo horario, de modo que el recuento empieza al cierre de los colegios.
Tras el 13 para votar a Lula y el 22 para Bolsonaro, existen dos de país completamente antagónicos.
El mandato de Bolsonaro ha sido bastante parecido a lo que anticipaba su trayectoria como diputado extravagante y nostálgico de la dictadura. Son casi cuatro años marcados por una gestión negacionista de la pandemia y el retraso en comprar las vacunas. Ese ha sido su mayor error, el que más le reprochan los que soñaron con que traería un cambio político profundo y ahora están decepcionados. Instalado en el poder, el bolsonarismo ha generado una tensión constante con otras instituciones del Estado, sobre todo con el Tribunal Supremo, incluidas amenazas golpistas más o menos veladas. A mitad de mandato y para evitar un impeachemnt se alió con la vieja política con la que había prometido acabar.
La campaña de Lula para conseguir su tercer mandato a la presidencia —gobernó entre 2003 y 2010— ha sido pura nostalgia. El candidato de la izquierda ofrece a sus compatriotas recetas que entonces funcionaron, pero mejoradas, suele decir. Siempre ambiguo, no ha entrado detalles sobre cómo pretende conseguirlo en una situación económica con síntomas de mejoría, pero que no termina de despegar. Y mientras, su promesa de que con él Brasil volverá a ser feliz ha calado.
Lula lidera una candidatura de 10 partidos que van de la extrema izquierda al centroderecha. Y como candidato a vicepresidente lleva a uno de sus históricos adversarios, Geraldo Alkcmin, figura del centroderecha tradicional que suaviza el perfil de los que aún ven a Lula como un radical.
Los mítines de Lula han sido un recordatorio constante de los mejores logros de los gobiernos progresistas para combatir la pobreza e impulsar la inclusión y prosperidad de las masas de desheredados a las que las élites blancas dejaron de lado durante siglos. Por eso los pobres siempre han permanecido fieles al Partido de los Trabajadores, incluso en medio de los peores escándalos de corrupción y cuando Lula fue encarcelado tras unas condenas por corrupción posteriormente anuladas. Fue juzgado por un juez, Sergio Moro, al que no le correspondía el caso. Moro, que fue ministro de Justicia de Bolsonaro y rompió con él, busca un escaño en el Senado.
El votante de Lula es pobre, mujer y más bien mestizo o negro. En cambio, los más ricos, instruidos, blancos y los hombres prefieren a Bolsonaro.
El antiguo militar que logró entusiasmar a sus compatriotas con un discurso antipolítica, de combate implacable contra la corrupción y mano dura en seguridad acabó desilusionando a quienes le votaron por el deseo de cambio radical y la agenda liberal en economía. En cambio, han permanecido a su lado los más ideologizados, los entusiastas del discurso anticomunista que ve a la izquierda como enemiga irreconciliable, incluidos muchos defensores de las armas.
EL PAÍS