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¿Qué es izquierda?

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Gonzalo Civila
Partido Socialista de Uruguay
Profesor de Filosofía, Representante Nacional por Montevideo electo por el Partido Socialista-Frente Amplio, Responsable Nacional del Área de Desarrollo Partidario del PS y Secretario Político de la Departamental de Montevideo del mismo partido

 

Pretender definir “izquierda” formulando o desagregando conceptos de manual sería tan abstracto como artificial e inútil. Cuando nosotros, militantes del cambio social, mencionamos ese término o nos identificamos con él, no evocamos un significante politológico, sino más bien un “hacer” desplegándose dialécticamente en la historia, orientado por valores de solidaridad, libertad y justicia, una convicción de que el mundo puede y necesita ser transformado, una praxis comprometida de liberación con y desde el lugar social de los oprimidos, una memoria y una actualidad de lucha. La izquierda es para nosotros proyecto emancipatorio, radicalmente humano, que se propone construir sociedades en las que quepamos todas y todos, no como competidores que disputamos límites o establecemos relaciones de dominio, sino como sujetos abiertos y cooperantes, protagonistas de un destino común.

En esta perspectiva, ser de izquierda es rebelarse contra cualquier relación de sojuzgamiento y humillación, es revindicar la capacidad democrática de crear el presente y el futuro en función de voluntades colectivas, es desafiar las lógicas dominantes del sistema para inventar y practicar otras que nos permitan reducir brechas, acortar distancias, superar cualquier tipo de explotación y alienación deshumanizante o colonizadora, entre clases, países o grupos cualesquiera sean.

Ser de izquierda es tensionar los límites del sistema, no de forma voluntarista o heroica, sino buscando hacer posible lo necesario y deseable, forjando trabajosamente las condiciones objetivas que permitan avanzar en ello y la conciencia social mayoritaria que esté dispuesta a ponerse en acción para concretarlo. Ser de izquierda es deconstruir el sentido común conservador.

La izquierda así concebida implica programa, pero también una ética, una actitud, una construcción desde las mayorías sociales subalternas y desde las minorías discriminadas, segregadas y oprimidas, una superación práctica y teórica de la resignación, una afirmación política de la diversidad de la vida y de la comunidad como fundamento y posibilidad.

Ser de izquierda es, en definitiva, concebir a la política como lucha para transformar, como gesta policéntrica y plural, como síntesis de imaginarios, intenciones, demandas y acciones justas, solidarias, auténticamente libres. La izquierda es política de partidos y gobiernos, lucha de grandes organizaciones, pero también construcción microsocial, territorio, filosofía crítica, cultura, arte, universidad, educación popular.

¿Qué hacemos los que integramos el campo de la izquierda? ¿Qué funciones tiene nuestra lucha política y social? ¿Qué contenidos implica el despliegue de esas funciones en un contexto histórico determinado?

Hoy, en esta América Latina revuelta, planteamos la necesidad de analizar a los movimientos y partidos de izquierda en una matriz que implica tres dimensiones dialécticamente imbricadas, concebidas las mismas como funciones de la acción: 1) lucha reivindicativa, 2) construcción contra-hegemónica y 3) definición de políticas públicas. Creemos que esta matriz resulta más dinámica, menos esquemática, que la de tres actores: movimientos sociales, fuerzas políticas y gobiernos, aunque guarda cierta correlación con ella.

1) La izquierda es, aquí y ahora, lucha reivindicativa, como siempre ha sido y jamás dejará de ser. Es decir, no hay izquierda sin movimientos sociales que expresen demandas justas y solidarias surgidas desde la subalternidad. La lucha de la clase trabajadora organizada, la de las mujeres feministas, la de los grupos discriminados por etnia u orientación sexual, la de los y las cooperativistas, la de los que revindican la necesidad de modelos que superen el extractivismo y detengan la degradación ambiental, la de las organizaciones de derechos humanos, y un sinnúmero de agentes más que constituyen un campo de reclamos y propuestas de distribución y de reconocimiento, clasistas, identitarias, territoriales, temáticas, que para concretarse necesitan desafiar al status quo funcional al poder dominante y profundizar la democracia, son consustanciales a cualquier plataforma de izquierda.

2) La izquierda es, aquí y ahora, construcción contra-hegemónica, es decir lucha por forjar un sentido común alternativo, por hacer avanzar una orientación moral e intelectual en la sociedad opuesta a los valores y prejuicios dominantes, enfrentando decididamente la lógica del egoísmo, el lucro y la competencia que rige la dinámica del mercado capitalista y que formatea y disciplina las subjetividades en nuestra sociedad. En definitiva, la necesidad de desnaturalizar lo establecido y desafiar los parámetros habituales de la percepción y la construcción de los problemas sociales – como sabemos, deformada por la ideología dominante – es también consustancial a la izquierda. Tan consustancial que incluso las luchas reivindicativas tomadas separadamente, pueden hiper-fragmentarse, corporativizarse y hasta desviarse o instrumentalizarse en sentido opuesto, sino logran converger y formularse integradamente en el contexto de una visión alternativa del mundo y la vida.

3) La izquierda es, aquí y ahora, gobierno o vocación de gobierno, porque el Estado sigue siendo un factor importante en la dinámica del poder social, expresión de una correlación de fuerzas y un proyecto de sociedad, porque desde él pueden promoverse políticas públicas orientadas según los intereses de los sujetos sociales que la izquierda expresa, porque gobernar a la vez que implica administrar supone para nosotros mostrar que otra forma de pensar lo público es posible, promover la participación, hacer pedagogía política con hechos y palabras en el sentido de la construcción contra-hegemónica y también del reconocimiento de luchas reivindicativas justas. Ciertamente el riesgo de que la lógica del Estado, instituido por las clases dominantes, despotencie o desdibuje nuestro proyecto político, el riesgo de que lo institucionalizado nos coopte está a la vuelta de la esquina, pero no hay forma de deconstruir eficazmente esa matriz sin conquistar posiciones que permitan redirigirla, perforarla, imprimirle una dinámica rebelde que se vuelva críticamente sobre ella para producir, por aproximaciones sucesivas, síntesis nuevas y mejores.

La vigencia de las luchas de izquierda, así comprendidas, es indudable en un mundo caracterizado por una brutal concentración de poder y riqueza en manos de minorías privilegiadas y grandes corporaciones transnacionales, por el avance de una cultura que consagra y reproduce esa realidad -generando además de miseria, pobreza y desigualdad, una creciente insatisfacción y vacío en las personas y la inviabilidad de la vida de una parte importante de la humanidad-, sumado a una creciente degradación ambiental, producto de una relación irracional y destructiva con la naturaleza. En este contexto el horizonte de la izquierda es, nada más ni nada menos, que la construcción de una alternativa civilizatoria que garantice y priorice la vida humana, de vocación esencialmente poscapitalista y radicalmente democrática, concibiendo a la democracia como desmercantilización y socialización creciente de factores políticos, económicos, sociales y culturales.

La realidad global confirma que la crisis que hizo eclosión en 2008 en Wall Street -corazón financiero de EEUU y el mundo-, no era tan sólo una crisis financiera, como algunos nos quisieron hacer creer, sino una profunda crisis económica y productiva, producto de la lógica intrínseca del capitalismo, para la cual la razón del lucro sin límite ni medida a favor de unos pocos, se antepone a la vida humana misma.

Esta nueva crisis, sucede a una etapa en la que EEUU pudo sostener un proceso de expansión del consumo con salarios reales a la baja. En lo que pretendía ser una receta perfecta que aplacaba el conflicto distributivo esencial entre capital y trabajo en el centro más poderoso del capitalismo, grandes masas trabajadoras fueron víctimas de una brutal, inescrupulosa e insostenible burbuja financiera, que hizo más ricos a los ricos y reventó en desempleo, pobreza y desesperación para los demás.

DSC_2273La actual fase del ciclo económico deja además en evidencia que no hay economías desacopladas o inmunizadas frente a una crisis que no termina ni deja de producir víctimas sociales, ante la impasibilidad de burocracias internacionales que no modifican sustantivamente sus recetas e imposiciones a la vez que contemplan de forma cómplice la usura internacional y la expansión de un imponente sistema financiero en las sombras, carente de regulación alguna.

La reversión de varios procesos de avance popular en América Latina – esperanza y laboratorio político de un mundo sin alternativas a la vista – y la etapa de ajuste estructural que parece abrirse paso en la región, los límites objetivos y subjetivos del modelo de inclusión y bienestar entre los que se cuenta el papel de sectores sociales que habiendo mejorado su vida miran con recelo al Estado y se identifican con los de arriba, y la violentización creciente de las relaciones sociales son algunos datos innegables de una coyuntura que nos desafía.

Por su parte, la prolongación de la crisis global y la exacerbación de fenómenos fundamentalistas y nacionalismos xenófobos y fascistoides en otras latitudes, nos coloca una vez más al filo de una “resolución” trágica, agudizando y generalizando los conflictos ya existentes. Esta “salida” constituye un gran negocio para el capitalismo ilegal en general, la industria armamentista y el conglomerado bélico de los centros más poderosos del mundo, que a su vez reducen y legitiman como “choque de civilizaciones” y conflictos interreligiosos la podredumbre de un sistema insostenible y tendencialmente incompatible con la vida humana, cuya superación, en tanto fenómeno global, no está al momento contenida dentro de ningún proyecto políticamente formulable con alcance, escala y niveles de aceptación social suficientes.

Ser de izquierda es, en este mundo y en este continente, un imperativo humanista de defensa de la vida, e implica hoy una reivindicación de la política hecha desde las mayorías sociales, mucho más allá del reduccionismo de la gestión, confrontando nítidamente con los proyectos conservadores y preservando nuestra lucha política de cualquier práctica funcional a su deslegitimación. Ser de izquierda es reconstruir, global y regionalmente, alianzas y perspectivas comunes que nos permitan avanzar, desde la sociedad, en esa formulación tan urgente como incierta y pendiente. La utopía reaccionaria del capitalismo eterno puede terminar con nosotros si no llegamos a tiempo.

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