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El regreso del gran conspirador de Perú: Vladimiro Montesinos urde un complot electoral contra Castillo

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El asesor de Alberto Fujimori durante su presidencia en los noventa reaparece en unos audios telefónicos maniobrando en contra de Pedro Castillo desde una prisión de máxima seguridad

En una sala escondía 25 pantallas en blanco y negro que transmitían día y noche para él. Mostraban la perspectiva de las principales avenidas de Lima, la entrada y salida del aeropuerto y los despachos de sus aliados y enemigos políticos. En uno de los televisores aparecía un mapa que registraba en tiempo real la localización exacta de los coches americanos que coleccionaba. Era célebre también su obsesión por escuchar conversaciones ajenas. Colocaba micros en despachos, vehículos y retretes. En ese tiempo se grabaron horas y horas de charlas vanas e inútiles entre funcionarios del Gobierno que mantenían las apariencias al saberse espiados. Vladimiro Montesinos era el hombre escondido detrás de la cortina, el que todo lo quería saber en el Perú de los años noventa.

Su reaparición estos días, los más convulsos de la historia reciente del país, ha dejado a todo el mundo asombrado. Montesinos, de 76 años, fue grabado este mes mientras hablaba desde el teléfono fijo de la prisión de máxima seguridad en la que está encerrado. El principal asesor del autócrata Alberto Fujimori, un número dos abstemio y ordenado que manejaba el servicio de inteligencia, le explica a un coronel retirado la manera de llegar hasta los jueces del tribunal electoral que estudian las nulidades que pide la candidata Keiko Fujimori para evitar la victoria en las urnas de su rival, Pedro Castillo. Keiko se refería a él de adolescente como el tío Vladi.

“Si hubiéramos hecho el trabajo que habíamos planteado ya no estaríamos en este problema de mierda”, dice en un momento dado Montesinos. Se entiende que se refiere a la victoria por la mínima de Castillo, un profesor rural de izquierdas visto por las élites del país y la derecha más recalcitrante como un peligro por su discurso contra las empresas extranjeras y el libre mercado. La conversación revelada da pie a múltiples interpretaciones, pero lo que es seguro es que Montesinos, al que muchos imaginaban como un anciano que consume sus últimos años de vida en una celda, no ha perdido su capacidad para urdir un complot.

Sugiere buscar un intermediario para sobornar con un millón de dólares a cada uno de los tres integrantes del jurado nacional de elecciones para que quiten del conteo final las mesas donde Castillo ganó masivamente. Montesinos es consciente de que Keiko puede ir a prisión, pues pesa sobre ella una acusación de lavado de activos y organización criminal. “¿Yo qué gano en esto? Nada. Simplemente estoy tratando de ayudar porque si no se joden: la chica terminará presa. Esa es la situación”, se le oye decir.

El dúo Fujimori-Montesinos guio el destino de Perú hace tres décadas. El primero era un ingeniero y profesor universitario de mediana edad, hijo de inmigrantes japoneses, que por sorpresa llegó a la segunda vuelta de las elecciones de 1990, en las que derrotó al escritor Mario Vargas Llosa. Fujimori era un outsider de la política que había entrenado su oralidad en un aburrido programa de debates en televisión. Al poco de enfundarse la banda presidencial le sobrevino el primero de los múltiples escándalos en los que se vería envuelto en los siguientes 10 años. Sus asesores le recomendaron solventar ese problema con la ayuda de un abogado, un tipo con gafas, algo enclenque, que por entonces ya empezaba a perder pelo. Su nombre era Vladimiro Montesinos.

Se trataba de un exmilitar de baja graduación que había acabado encarcelado por deserción. En la última época del dictador Juan Velasco Alvarado, mediados de los setenta, se alineó con los coroneles equivocados, los que no alcanzaron a suceder al general moribundo. El soldado Montesinos, más apto para los libros y el papeleo que para el campo de batalla, no aceptó el destino con el que le castigaron y huyó. En ese tiempo ya tenía fama de recabar información privada de sus compañeros y superiores. Todo lo dejaba anotado en libretas. Esa fe en dejar testimonio de la realidad por escrito o en vídeo, a la larga, le acabaría pasando factura.

El destino lo puso en el camino de Fujimori. Los dos se acostumbraron a dormir en la tarde y reunirse de madrugada. Fujimori y su sonrisa enigmática atesoraron una gran popularidad. Con el autogolpe de 1992 se hizo con plenos poderes de mando. Montesinos era su enlace con los generales del ejército. Era un momento marcado por la lucha contra Sendero Luminoso, una organización terrorista encabezada por un líder sanguinario y mesiánico, Abimael Guzmán. Montesinos se ocupaba de la guerra contra Sendero, el narcotráfico y, su asunto favorito, el espionaje político. Suya fue la idea de llevar a los Fujimori a vivir a la sede del SIN, el servicio de inteligencia. No parecía el lugar ideal para una familia -padre, abuela y cuatro niños-, pero allí el presidente se sentía seguro. Montesinos era un pequeño dios en esas oficinas, que construyó a su gusto de voyeur perpetuo. Proliferaban las falsas paredes, las cámaras y los micrófonos ocultos y los cristales que dejan mirar sin ser visto.

El detalle de la central de pantallas desde la que Montesinos tenía la ilusión de controlar una nación completa aparece en el libro Vladimiro, vida y tiempo de un corruptor. Lo escribe Luis Jochamowitz, un autor peruano de culto que años antes había publicado la biografía más celebrada sobre el presidente, Ciudadano Fujimori. Jochamowitz traza perfiles en los que abunda la introspección psicológica, en este caso sobre los dos hombres que más poder han aglutinado en el Perú moderno. Cuenta sus vidas interiores como un secreto al oído. El escritor y periodista cree que en estos audios se revela Montesinos en su esencia, con algo de verdad, un poco de exageración y la necesidad casi patológica de influir desde la sombra.

“Me lo imagino al tanto desde prisión”, explica Jochamowitz por teléfono. “Pero con un poco de bluf en sus declaraciones, por si acaso liga con algo de lo que ocurre. Toda su vida ha aprovechado las fuerzas de otro”, continúa. En el libro cita como ejemplo la detención de Abimael Guzmán, que llevó a cabo un grupo de élite de la policía, pero que Montesinos quiso hacer pasar como suya. En sus rutinas incluyó la de visitar al líder terrorista y durante un par de años mantuvieron una discusión ideológica que fraguó en casi una amistad. Los dos están encerrados en la misma prisión, en la base naval del Callao, en Lima.

A lo largo de los años grabó cientos de sus reuniones. Dejó testimonio visual de los sobornos con los que compró opositores, empresarios y dueños de medios de comunicación. La revelación de esos vídeos, conocidos como vladivideos, acabó con su carrera, a la par de la de Fujimori. En 2000, huyó en un velero a islas Galápagos y más tarde llegó a Venezuela, donde lo encontraron y lo extraditaron a Perú para enfrentar infinidad de juicios por corrupción y otros cargos. Su nombre quedó asociado para siempre al espionaje, la treta, la conspiración y el contubernio. La revelación de sus llamadas telefónicas han empezado a llamarse vladiaudios.

La abogada Gloria Cano defiende a las víctimas del Grupo Colina, el destacamento del Ejército que creó el Gobierno de Fujimori y Montesinos para desaparecer a opositores bajo la apariencia de operaciones antiterroristas. “No creo que sus llamadas al exterior sean un descuido, para mí es una sospecha más de corrupción”, opina. Explica que Montesinos no asiste a muchas de las diligencias judiciales en las que está acusado por asesinato o desaparición forzada alegando que está enfermo.

La jurista y profesora estadounidense Jo-Marie Burt acompañó de cerca los primeros juicios por corrupción y violación de derechos humanos seguidos a Fujimori y Montesinos. Para Burt, Keiko Fujimori representa un proyecto político que nació en 1990. “Ese proyecto se consolidó gracias a un pacto entre Fujimori y Montesinos, a quien Fujimori necesitaba para gobernar cuando no tenía ni partido. Montesinos hizo el nexo con las Fuerzas Armadas. Pero también le ayudó a controlar al Poder Judicial y luego otros poderes del Estado, incluyendo las autoridades electorales”, describe.

Para Burt, Montesinos sigue vigente en la política peruana porque es parte del poder fujimorista. “Montesinos aparece cada tanto porque a pesar de estar en la cárcel, es un factor del poder esencial del fujimorismo. Y porque las instituciones se han demostrado demasiado blandas antes personajes como Montesinos que alguna vez ostentaron el poder, a pesar de su condena de prisión de muchos años”.

Las dos conversaciones de Montesinos difundidas el jueves por un político local, Fernando Olivera, tienen al otro lado del teléfono a un coronel del Ejército en retiro, admirador de Alberto Fujimori. En la llamada Montesinos se queja de que el entorno de “la chica” no haya sabido arreglar las cosas para arrebatarle la victoria a Castillo. El gran urdidor, en la sombra, está convencido de que él lo habría hecho mejor.

EL PAÍS

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