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Paraguay en su laberinto

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Las protestas se han calmado, pero los paraguayos están cansados del sistema político, dominado por el Partido Colorado. Sin una sociedad civil organizada y una oposición unida, será más difícil reemplazar a un partido que ha fallado en escuchar a los ciudadanos.

Por Sylvia Colombo
Es periodista brasileña especializada en Sudamérica.

En Paraguay se desarrollan dos escenas distintas al mismo tiempo. En las calles hay manifestaciones de una sociedad ya cansada de la desigualdad, la corrupción y, ahora, amenazada por el peor momento de la pandemia. En los pasillos del poder, el centro de la preocupación es otro: el coronavirus pierde relevancia y las intrigas políticas y las disputas al interior del Partido Colorado, que domina la vida del país desde hace casi setenta años (con una breve interrupción después de seis décadas, que incluyen los casi 35 años de la dictadura de Alfredo Stroessner), adquieren protagonismo.

El sistema hospitalario está colapsado, hay una ocupación del 100 por ciento en los hospitales, hay pocas vacunas y se vive una escasez de equipamiento de protección, medicinas e insumos. Cuando en marzo del año pasado la pandemia comenzó a afectar a la región, el gobierno impuso medidas estrictas que funcionaron. Ese tiempo debió usarse para preparase mejor para el futuro: equipar hospitales y diseñar un plan para comparar vacunas e insumos médicos. Pero no sucedió. En cambio, los políticos del Partido Colorado —el partido que además de tener la presidencia domina el Congreso— parecen más preocupados en otro asunto: qué bando saldrá vencedor de las próximas elecciones internas, que se realizan en junio.

El asunto no es menor. Es posible que de esas elecciones saldrá el sector colorado que se postulará para reemplazar al actual presidente, Mario Abdo Benítez (Marito, como lo conocen en el país), cuando termine su mandato, en 2023.

Mientras los paraguayos salen a protestar —con proclamas como “¡Que renuncie Marito!”— y el número de casos y fallecidos por la pandemia aumenta, el Congreso rechazó un proceso de destitución contra el presidente por su manejo de la pandemia. Y el gobierno parece enfocarse en el palaciego juego de tronos.

Al centro de la novela paraguaya hay una figura demasiado familiar para los paraguayos, el expresidente Horacio Cartes (2013-2018), acusado de corrupción y quien no ha dejado de dominar la política nacional tras bambalinas. Del otro lado, está la vieja guardia del Partido Colorado, de la que forma parte el presidente Abdo Benítez.

Los grandes ausentes en estas disputas por el poder revelan a Paraguay por lo que es: un país gobernado de facto por un partido único, plagado de escándalos de corrupción, con una oposición casi inexistente y una ciudadanía abandonada.

Así que los paraguayos saben que el futuro de su país se juega en las entrañas del Partido Colorado.

Ahí, la facción de Cartes, conocida como Honor Colorado, está fortalecida. Ha salvado a Abdo Benítez más de una vez. En 2019, cuando el presidente enfrentó su primer juicio político, Cartes instruyó a su bancada en el Congreso a apoyarlo. Y hace unos días volvió a ocurrir, su bancada fue la que evitó que pasara el nuevo proceso de destitución.

Con el presidente y su bando colorado debilitado, y Cartes más fuerte, las disputas no cesarán. Y los paraguayos quedarán, de nuevo, en el olvido.

Es fácil captar los blancos del descontento social si vemos algunos de los lugares en los que se concentraron los manifestantes: la residencia oficial —donde vive Abdo Benítez—, la sede del Partido Colorado, que fue incendiada, y la casa de Cartes.

El expresidente Cartes sigue siendo una de las figuras más importantes de Paraguay. Es uno de los hombres más ricos del país y también uno de los más controversiales: ha sido señalado de dirigir negocios ilícitos. En 2013 disputó la presidencia por el Partido Colorado y su candidatura disgustó a la vieja guardia del partido, vinculada a la oligarquía terrateniente y a la iglesia. Pero la mayoría del Partido Colorado lo respaldó y hoy Cartes es el líder de la corriente más numerosa del partido.

La protesta ciudadana no ha sido usual en Paraguay, a diferencia de otros de sus vecinos, como Argentina o Chile. Pero después de que a inicios de marzo se dio a conocer una malversación de fondos del gobierno —de dinero que debería haber sido destinado a atender la crisis sanitaria— la gente se cansó.

El gobierno intentó calmar la ira al destituir al entonces ministro de Salud, Julio Mazzoleni. Pero eso no frenó la indignación. Se organizaron protestas diarias en la capital y otras ciudades.

Ahí estaba yo. En las estrechas calles de Asunción vi a gente joven, familias de clase media y trabajadores humildes con pancartas que decían: “Basta de corrupción, queremos salud” y “fuera Colorado, más vacunas”. Aunque las manifestaciones, que comenzaron el 5 de marzo, han disminuido, la molestia social continúa.

Las razones de las protestas no son nuevas, pero se han agravado con la crisis económica y la pandemia. Desde hace más de siete décadas, la política en Paraguay ha estado llena de señalamientos de corrupción, clientelismo y vínculos con negocios ilícitos. No sorprende que el 87 por ciento de los paraguayos considere que se gobierna para los poderosos, según Latinobarómetro.

Después del proceso fallido de destitución de Abdo Benítez y sin otras alternativas para que la ciudadanía exija cambios, transparencia y una mejor planeación pandémica, se alcanza a ver un resquicio de esperanza.

El momentum ciudadano que comenzó con estas protestas puede cambiar el panorama político y social del país a mediano o largo plazo si la ciudadanía es realmente capaz presionar a los políticos. Para ello debe haber liderazgo y organización de la sociedad civil. Y no solo eso: se requerirá de votantes dispuestos a combatir la frustración a través de las urnas para salir del dominio de un solo partido y sus caudillos, como Horacio Cartes.

Tampoco habrá salida a la crisis política mientras la oposición siga fragmentada. Habría que empezar por reorganizar la alianza opositora.

La última vez que se logró algo parecido fue en 2008, cuando Frente Guasú, el Partido Liberal Radical Auténtico y otros partidos de izquierda hicieron una alianza y su candidato, Fernando Lugo, ganó las elecciones. Sin embargo, esa coalición duró poco y Lugo no pudo terminar su mandato.

Ahora hay partidos progresistas que no tienen representación parlamentaria significativa pero que en alianza podrían ser una opción al Partido Colorado.

El camino es largo, pero es el único para provocar un cambio en un sistema político que ha fallado en escuchar a su población.

Sylvia Colombo es corresponsal en América Latina del diario Folha de São Paulo.

NYT

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